El niño de iglesia que nunca creció

El niño de iglesia que nunca creció

Publicado originalmente en The Cripplegate. Traducido por María del Carmen Atiaga.

Por Daron Roberts.

Con el paso de los años, he tenido el privilegio de pertenecer a una asamblea local que rebosa con un liderazgo piadoso. He podido observar cómo nuestros pastores han laborado y orado por mucho tiempo para que florezca una cultura de fuerte liderazgo. Al ver la fuerza, protección y gozo que vienen cuando hombres piadosos lideran en casa y en la iglesia, solo ha aumentado mi deseo de ver que se estimule la masculinidad bíblica en más varones.

El año pasado estuve predicando los Salmos 127-128, los salmos gemelos acerca de la masculinidad bíblica, escritos para la nación de Israel. Estos salmos enseñan al pueblo de Dios cuál es el tipo de hombre que verdaderamente conoce la bendición de Dios en su hogar. Durante aquel estudio, a pesar de todo el fruto del que había sido testigo en nuestra congregación, todavía estaba afligido por cuán frecuente los hombres cronológicos se quedan en la infancia en lo que tiene que ver con sus hábitos y convicciones.

Como resultado de esa carga, pasé una tarde poniendo por escrito todas las maneras en que, a lo largo de los años, he observado que los chicos de la iglesia no crecen para convertirse en hombres bíblicamente masculinos. A continuación se encuentra un ensayo que surgió de ese tiempo de reflexión. Oro para que esto anime y desafíe tu corazón, así como lo ha hecho con el mío, para que seamos los líderes que Dios nos ha llamado a ser, como varones.

Cada mañana se despierta más tarde de lo que había planeado a causa de su falta de disciplina la noche anterior. Abre sus ojos sin estar preparado para el día e inmediatamente fija la alarma para dormir unos minutos más. Mira las responsabilidades y oportunidades de liderazgo que cada día podría traer como obstáculos para su felicidad, en lugar de verlas como la oportunidad de crecer como un hombre de Dios. Pasa la mayor parte de sus días evitando el riesgo; le asusta pensar en tener que tomar una decisión de liderazgo que pudiera exponer sus debilidades.

El desánimo y el orgullo son sus collares. Un dominante temor al hombre y una lujuria sexual desenfrenada le recuerdan que no batalla con su pecado como debería. En las áreas en que debería ser valiente, retrocede para proteger su imagen. Prospera en el camino de la menor resistencia. Sus apetitos sexuales lo arrasan y, en lugar de pelear la guerra en su interior, sus deseos egoístas eclipsan cualquier promesa reciente de vencer esas lujurias.

Se lo conoce por hacer solo lo mínimo, por alcanzar constantemente el promedio, sin nunca esforzarse por alcanzar la excelencia. Cuando otras personas le observan, puede aparentar muy bien, pero cuando solo el Señor lo ve, la apatía, la inactividad y el amor a la comodidad son los ídolos que elige. Vive para sus pasatiempos y para su tiempo libre. Cuenta los minutos para salir de la presión. Trabaja para el fin de semana, en vez de hacerlo para Dios. Los días de estrés que lo llaman a tener más fe en Dios y mayor crecimiento como hombre se convierten, para él, en días en los que alimenta el desprecio por la providencia que Dios le revela.

No piensa con urgencia. Ignora el impacto a largo plazo de sus hábitos actuales. Nada lo despierta a su necesidad de preparación y de construir una convicción para sus futuras batallas. Cree que se meterá de lleno cuando llegue el momento de enfocarse en lo espiritual, pero ve una mínima necesidad de ser tan intenso por el momento. Su exclusa es: “Dios es soberano”, la cual es una cortina de humo teológica para ocultar su corazón perezoso. Es ocioso en todos los frentes, excepto para inventar excusas.

El tiempo libre lo dedica a sus diversiones: dormir, videojuegos, redes sociales, televisión, amigos superficiales, YouTube y pasatiempos. Los buenos libros, sermones profundos, discipulado robusto y horas en la Palabra solo reciben una mención honorífica para él. Su tiempo con mentores en la iglesia es solo una tarea que debe cumplir. Sin duda, tolera el consejo de hombres piadosos, soporta las predicaciones fuertes, se pone un revestimiento de piedad, pero ignora despojarse del pecado que mora en su interior. Para él, el arrepentimiento es un término que usa, pero no un hábito que pone en práctica. Su hipocresía crece.

Cuando el pecado trae consecuencias, especialmente cuando amenaza su preciosa reputación, corre a toda velocidad por un tiempo. Sin embargo, su celo se desvanece cuando las consecuencias pierden la intensidad. Sus motivaciones para la santidad son terrenales y egocéntricas. Levanta su espada para la batalla, pero una vez que la lucha se pone difícil, la baja y luego agita la bandera de la autocompasión. Cuando aparece la mundanalidad en sus pasatiempos favoritos, ignora las advertencias de su conciencia. Anhela poder pecar como en el mundo, pero debido a que demasiada mundanalidad podría exponerlo, encuentra maneras sutiles para darse un banquete de bocados mundanos bajo el disfraz de “libertades cristianas”.

Su orientación hacia sí mismo atormenta su vida en la iglesia local. Asiste regularmente, pero no ama a la novia de Cristo. Cuando se cuestiona su apagado acercamiento a la vida de la iglesia, contesta con: “Estoy comprometido, pero en este tiempo ando muy ocupado”. Esto solo complica su culpa, puesto que agrega la mentira y el inventar excusas a su negligencia actual. El autosacrificio queda eclipsado por la ambición egoísta. No toma la iniciativa. Servirá en el cuerpo si se lo presiona, pero con frecuencia lo hará con un espíritu quejumbroso. E incluso cuando sonría por fuera durante las oportunidades de servicio, usualmente se resiste en su interior. El pensamiento crítico relacionado con la verdad no es lo suyo. Ha condicionado su mente a pensar en las frecuencias espirituales más bajas, con el fin de ahorrarse el dolor de ser honesto delante de Dios. La gente a su alrededor que se mortifica para mortificar sus deseos solo lo irritan. Debido a que no aprende de la Palabra, Dios tiene que ponerle cabestro y freno para enseñarle por medio de la experiencia.

Sus amistades consisten en debates sobre cosas no importantes y momentos breves de generalidades bíblicas superficiales para aliviar su conciencia cargada de culpa. Trata a las personas como recursos de consumo y no como almas preciosas a las que puede servir. Se siente atraído hacia las relaciones que le cuestan poco y merodea a las personas que no se entrometen en sus debilidades de carácter. Por supuesto, es parlanchín como un loro al dialogar sobre sus pasatiempos favoritos, su trabajo o sus posturas políticas, pero el momento en que el tema es un diálogo sobre Cristo y Su Palabra, pone su cara en modalidad de protector de pantalla, sonríe y asiente.

Nadie confía en que él se basará solo en la Palabra de Dios o que sufrirá por una convicción. No tiene la fuerza para luchar por Cristo porque su lealtad no es para Cristo, sino para sí mismo. Ocasionalmente defenderá la verdad, pero solo cuando decida que el costo no es demasiado alto. Su apetito por tener la aprobación de la gente no resiste las convicciones que le costarían más.

Desperdicia sus últimos años de la adolescencia y sus primeros años de vida adulta, y ahora es esposo y padre. Quiere los beneficios del matrimonio, pero sin pagar el precio. Su esposa sufre bajo su negligencia. Ella se casó con un niño en cuerpo de hombre. Trata de empujarlo, pero él ha alimentado su amor propio por tanto tiempo como para escuchar sus ruegos agobiados. Él está lleno de excusas de por qué no puede liderar como ella quiere. Hace más espesas sus cortinas de humo para esconder su corazón de hipocresía. Su esposa se pregunta a dónde se fue el hombre que parecía esforzarse por su santidad cuando eran novios, pero ahora rara vez conversa con ella acerca de la verdad. Ahora se quita su máscara en el hogar, a pesar de que esto no detiene su búsqueda de proteger su reputación en la iglesia.

Con el tiempo, ella se rinde, se alimenta por sí misma de la Palabra, lucha y a menudo está desanimada. Sus hijos comienzan a crecer bajo la influencia de un papá-niño. Él necesita su tiempo libre, su cueva de varón y sus pasatiempos. Apacigua su conciencia al proveer económicamente y asegura que “está más presente que la mayoría de papás”. Se esfuerza por convertirse en su amigo, pero descuida sus almas. Nunca se sienta para prepararlos para las batallas que tienen por delante. Francamente, rara vez les ayuda a lidiar con los conflictos en sus corazones en su momento. Sus hijos constantemente enfrentan desprevenidos la tentación a causa de su negligencia. Sus tendencias de niño se mantienen.

Para cuando sus hijos llegan a la adolescencia, sus estallidos de ira y negligencia de dar un ejemplo piadoso le cuestan su credibilidad. Su hipocresía es aguda, inequívoca e innegable. En su enojo, martilla a sus hijos para que se esfuercen en las áreas que él descuida, lo cual provoca la más fuerte exasperación en ellos. Él es demasiado orgulloso para buscar su perdón en los momentos en que sus hijos necesitan ver humildad. Cuando ellos estorban sus deseos, él les hace callar, en lugar de pastorearlos. Sus hijos se conforman y sonríen por un rato, pero se rebelan por dentro. Crecen y salen del hogar resentidos con el cristianismo, porque su papá exigió que vivieran lo que él no practicaba. Su relación son sus hijos es tensa durante toda su vida adulta. Si él representa el verdadero cristianismo, ellos ni quieren tener nada que ver con eso.

En su lecho de muerte, en el caso que siguiera en el cristianismo, reflexiona con pena y tristeza en su vida desperdiciada. Mientras mira con ojos anhelantes a la esposa que nunca pastoreó y a los hijos que tienen resentimiento contra él, sus últimas palabras son: “Oh, ¡cómo he aborrecido la instrucción, y mi corazón ha despreciado la corrección! Tengo tanta vergüenza. ¡Perdónenme!” Así termina la trágica biografía del niño de la iglesia que nunca creció para convertirse en un hombre bíblicamente masculino.

¡Que el lector quede advertido! Como respuesta, ojalá que trabajemos para convertirnos en el tipo de hombre que se describe en los Salmos 127 y 128.

 

 

Daron is the college pastor at Grace Immanuel Bible Church in Jupiter, Florida.

 

 

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